30 May
30May

 el Corazón de Colombia. Me dirijo a ella desde el lado norte, por un tramo angosto y empedrado. “¡Me trajiste al callejón del pecado!”, le dice con acento refinado y angustiado, una señora de edad a quien parece ser su nieta adolescente. Su nombre real es Callejón del Embudo, y su descripción puede ir más allá de una mera mirada superflua. La afluencia de jóvenes es realmente alta, en este callejón se ve sobre todo mucha presencia de metachos, pues buena parte de los bares que aquí se encuentran son para los seguidores de este tipo de música, el metal. Tiendas de barrio, artesanías y hasta un restaurante japonés, dan la bienvenida a quienes por allí transitan.

Es tal vez la plazoleta más enigmática y mística en las que he estado, fuera de los límites que muchos trazan de la ciudad, como la 82 ó 93.  Es como si desde antes de mi llegada estuviera atrayéndome como un imán a un alfiler. Desde lejos se puede sentir el ambiente bohemio y de fiesta, uno que tal vez sea imposible de encontrar, con igual intensidad, en cualquier otro punto de la ciudad.

Puerta tras puerta, se ven letreros como “Sí hay chicha”, “Chicha en totuma”. Los jóvenes toman de esta bebida que, al menos aquí,  simbólicamente le sigue dando guerra a la cerveza. Fue esta bebida importada la que acabó con la popularidad de la chicha a principios del siglo XX, cuando sus empresarios ayudados por los gobiernos de turno, ponían en duda la salubridad de la bebida a base de maíz y en cambio exaltaban las propiedades benéficas del alcohol proveniente de la cebada.     

Me siento en la fuente y doy un vistazo general a la plazoleta, es raro, es como un mundo distinto y Bogotá su periferia. Cuando se está allí de alguna manera se siente la colombianidad, pero como el tiempo parece haberse detenido, hay momentos en el que uno cree estar en cualquier otro lugar menos en una populosa metrópoli como Bogotá, un lugar alejado del sinuoso ruido de esta ciudad, a pesar de estar en el corazón de ella.

Ahí estoy mirando al arco, emblema de esta plazoleta, una vez conocido como el monumento a la locura, donde figuras de personajes de la Bogotá de la primera mitad del siglo XX lo adornaban. De esta obra de Javier Olave, recordando locos como el Bobo del Tranvía, el Conde Cuchucute, la Loca Margarita entre otros, ya no queda nada. El distrito ha dicho que las esculturas están en mantenimiento, pero hasta el momento, la memoria no repuso lo que una vez fue el Monumento a la Locura de la Bogotá del siglo XX.

 tras un rato de esparcimiento, abandono el lugar, con el alma, los ojos y el corazon inundados de cultura, alegría y buenas experiencias.

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